El
lunes pasado, la profesora Pilar llegó a clase contándonos que no se encontraba
muy bien. Que el domingo se había obligado a sí misma a dejar de llorar y que
eso se le había transformado en un constipado.
Yo
me sentí muy identificada con eso, y me he visto en la necesidad de escribir
sobre ello al recordarlo, porque nunca lo hice y creo que lo necesito.
El
año pasado empecé la carrera de Psicología en una universidad adscrita a la
Complutense porque la nota de selectividad no me daba para entrar en una
universidad pública. Yo fui con la idea de aprobar todo con buenas notas y,
así, pedir el cambio a la pública al año siguiente. Pero al empezar la carrera,
no estaba nada motivada, las clases eran muy aburridas, solo hablaban los
profesores, nos soltaban sus sermones y no hacíamos prácticas de ningún tipo.
Luego los exámenes consistían en plasmar los apuntes tal cual los habían dado
los profesores, y si no, o suspendías o sacabas una nota baja.
Además
de esto, en octubre empecé una relación con un chico más mayor que yo, que
vivía en otra ciudad, a las dos semanas de estar juntos, me empecé a agobiar
con la relación porque él llevaba un ritmo diferente al mío y ya me estaba
empezando a agobiar también la universidad.
Tras
mes y medio corté esa relación porque me pasaba los días llorando y sintiendo
una angustia en el pecho que no podía soportar. Suspendí los dos primeros
parciales que tuve, me vine más abajo todavía.
Entonces
empezaron las enfermedades, me resfriaba todas las semanas y una semana sí y
otra no, se me inflamaban las anginas, hasta tal punto de no poder tragar, ni
casi comer.
Por
lo tanto, tampoco salía mucho con mis amigos, porque no me encontraba bien de
salud.
Entré
en un bucle, las asignaturas me agobiaban, haber hecho daño a una persona
importante para mí me angustiaba, y necesitaba salir, pero no podía porque me
sentía mal por no estar estudiando.
Llegó
enero y los exámenes del primer cuatrimestre, aprobé 2 asignaturas de 5. Me
vine más abajo todavía. No quería salir, no quería ver a nadie.
Las
anginas empezaron a ser más fuertes y más frecuentes, con fiebre muy alta
constantemente.
Me
puse a estudiar muchísimo más, a intentar llevar las cosas al día y que me
fuese mejor. No quería admitir que la carrera no me estaba gustando, que me
sentía agobiada y angustiada. Y ya no era que no me atreviese a decírselo a mis
padres o amigos, sino que no era capaz de admitírmelo para mí misma.
Entonces
llegaron los exámenes del segundo cuatrimestre y saqué un 0 en un examen tipo
test que había estudiado muchísimo. Me rompí, no podía hablar, estaba
destrozada. Me sentía una inútil, sentía que no servía para nada, que era un
fracaso como persona y que estaba defraudando a mis padres. Mi madre se rompió
también, me hizo sentir peor con sus comentarios.
Y
fue ahí, con sus comentarios ofensivos hacia mí, cuando dije hasta aquí he
llegado. Y me lo dije a mí misma: “Paula no quieres seguir estudiando
Psicología”. Y se lo dije a mis padres, mi madre se puso aun peor, sentía que
estaba fracasando, que no iba a hacer nada, que era una vaga y que lo hacía por
capricho.
Hablé
seriamente con mi padre y le pedí ir al psicólogo, porque no me veía capaz de
afrontar nada, ni mi futuro académico ni el personal. Estaba completamente
perdida y agotada de la situación.
Comencé
a ir al psicólogo y me desahogué, solté todo lo que llevaba dentro. Todo lo que
durante ese año no había querido decir con palabras, pero que mi interior no
paraba de chillar. Y fue entonces cuando lo vi claro, necesitaba un cambio de
rumbo. Me inscribí en Magisterio, estuve un mes desconectando de todo, llorando
y expresando mis sentimientos sin parar. Me corté el pelo, cambié mi habitación
de estructura.
Por
fin, al final del verano, era capaz de hablar de esto con naturalidad, sin
ponerme a llorar y sin tener el sentimiento de inutilidad.
Desde
entonces, procuro expresar lo que siento siempre, escucharme y atenderme.
Dedicarme mi tiempo y actuar en sincronía con lo que voy sintiendo. Ser fiel a mis emociones.
Paula García Fernández